Noviembre, 2007
El pasado siete de octubre, el mundo fue testigo de un repugnante y brutal episodio de xenofobia descontrolada. Lo más escalofriante es que la víctima haya sido una menor de edad que tenía tan solo 16 años, quien se encontraba en un tren de Barcelona. Ella no sólo tuvo que aguantar una ola de insultos de un bípedo racista por ser inmigrante ecuatoriana, sino que recibió todo el odio y la rabia injustificada de un puntapié en la cara por parte del desadaptado sujeto de 21 años que responde al nombre de Sergi Xavier Martín Martínez. Por su lado, el gobierno ecuatoriano no ha pasado por alto el horrendo suceso y ha tomado cartas legales en el asunto.
Creo que este hecho nos hace reflexionar de cómo actualmente vivimos en un mundo lleno de contradicciones políticas, económicas y sociales, donde el racismo y la xenofobia logran expandirse rápidamente como un cáncer. Los procesos acelerados de las dos últimas décadas del siglo XX como la crisis económica mundial, la sobre población, y sobre todo, la inseguridad y el miedo por el futuro ante el desempleo y la pobreza han sido el foco infeccioso de la propagación de estos males.
Entonces la respuesta ante tal acontecimiento condenable, decadente y enfermizo, no creo que radique en maldecir o quemar al agresor en la hoguera. Creo que la solución va más allá de eso. Los actos xenófobos y racistas no son, lamentablemente, hechos novedosos y tienen como escenario las diferentes sociedades del mundo. Basta mencionar algunos para hacer creíble lo evidente. El año 2006, en Rusia se registraron más de 100 crímenes por motivos étnicos, donde murieron 18 personas y 160 resultaron heridas. Y sin irnos tan lejos, en nuestra capital, a diferencia de la xenofobia, constantemente se practican actos de discriminación, donde el color de piel y el dinero son los elementos clave del racismo y la fragmentación social. Ante tales hechos, no debemos de permanecer inmóviles ni paralizados, como si no pasara nada. Creo que la solución más rápida y eficiente está en educar y promover la idea de la diversidad cultural. En enseñar que todas las culturas valen por igual y en incentivar el interés en otras sociedades.
Es absurdo atribuirse el derecho a discriminar en un mundo cada día más globalizado, donde la interacción es necesaria para evitar el aislamiento. Pues, excluir a una persona ya sea por su raza, religión, cultura o país de origen; no sólo deteriora la convivencia, sino que esa misma persona, se convertirá en un elemento vulnerable y posible víctima de otros grupos racistas.
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