miércoles


Noviembre, 2007


El groso perfil de Tosso (Perfil)

Ricardo Tosso, más conocido como Riccky Tosso, nació con alma de artista. A la edad de 10 años descubrió su verdadera pasión por la actuación. Años después ese niño empezó a vivir en un mundo de dos dimensiones. Uno bajo el calor de las luces del escenario y la mirada del público. Otro bajo el refugio de un hombre serio y hogareño. Algunos creen que es un cómico de profesión. Pero nadie sabe que Ricky, antes que nada, es un actor innato. Está Lleno de virtudes y defectos, éxitos y fracasos. Un ser que vive para los demás, para los suyos.

Ricky Tosso es un soñador. Un polifacético que ha hecho de la pantalla chica, las tablas y el cine, su oficina de trabajo. Su nombre es sinónimo de talento, trayectoria y seriedad.

La vida de Ricky Tosso gira en torno a dos dimensiones. La primera caracterizada por la imagen del cómico bacán y mongo que todos conocen, pero al mismo tiempo quiere demostrar al mundo que su verdadera vocación y pasión es la actuación y no la comicidad. La segunda, por el hombre hogareño, sensible y poco sociable que se refugia en su figura seria y calmada fuera del escenario. Y es que Tosso es un ser inestable, aunque le cueste admitirlo. Sabe que la vida le ha hecho meditar y madurar a la fuerza.

En una entrevista sobre su incursión en el cine y publicada el 19 de octubre del 2007 en el diario La República Ricky dio a conocer que él ha nacido para actuar antes que para hacer reír: “Es la primera vez que hago cine. Mi personaje es el 'Oso Briones', un hombre triste, oscuro. Un policía suspendido que hace 'cachuelos' como investigador privado (…) Claro que me gustaría seguir haciendo cine, pero eso no depende de mí. Lo que sí creo es que a partir de ese personaje me dejarán de ver como un actor cómico, ante todo yo soy actor".

Para Esteffano de 16 años, su padre es una persona que sabe diferenciar perfectamente la barrera entre la imagen jovial de Ricky Tosso en el escenario, y la figura paternal de Ricardo Tosso cuando las cámaras dejan de grabar y los telones se cierran. “En la pantalla chica es muy cómico. Siempre está alegre y haciendo bromas. Fuera de ella es una persona seria, no es de hacer chistes y busca mantener un perfil bajo”.

Ricky, de un metro ochenta aproximadamente, cuerpo ancho y robusto, pelo negro azabache y de mirada penetrante parece más un rudo motociclista de la Harley Davidson que un actor y hombre hogareño: tiene pelo ondulado, peinado hacia atrás hasta la nuca y completamente engominado. De su cuello cuelga una gruesa cadena de plata y su gruesa muñeca derecha está cubierta con una muñequera marrón de cuero. Luce como un personaje de la película Natural Born Killers.

Tiene 47 años. Nació entre cajas y bambalinas. Fue un trotamundos que creció y estudió en diversos rincones del mundo. Entre Perú, Argentina, Ecuador, Méjico y Estados Unidos. Tal vez por eso no se ha contentado con un solo tipo de trabajo dentro del mundo del espectáculo y ha hecho casi todo, menos noticieros y deportes.

Ricky empezó a trabajar como actor a la edad de 10 años junto a su padre Ricardo Tosso, a quien lo considera como su mejor amigo de toda la vida. Desde niño empezó a interpretar pequeños papeles en diversas obras teatrales. Fue a partir de los 20 años cuando incursionó en el mundo humorístico por una necesidad económica. “Soy actor por vocación desde el año 70. Interpretaba pequeños papeles de manera esporádica. A los 10 años fue la primera vez que me pagaron por mi trabajo. De ahí, en el año 80, a la edad de 20 años empecé a trabajar en la televisión como humorista. Antes de hacer comicidad, ya tenía 10 años de carrera. Había hecho teatro clásico, tanto en inglés como en castellano. Sin embargo, me vi obligado a entrar a la televisión por necesidad, por hambre, porque no tenía trabajo.”

Ricky tuvo una vida llena de éxitos y caídas que lo llevaron a muchas depresiones. La pantalla chica le mostró lo que era la fama, pero al mismo tiempo, lo traicionó.

“Con los Detectilocos se me subieron los humos. Llegaba tarde al programa, me creía la cagada. Luego, cuando me peleé con Guille y me fui del programa, me quedé sin trabajo y sin dinero. La caída fue horrible. Me senté a pensar y dije: hasta aquí nomás, tengo que pisar tierra,” cuenta Tosso mientras toma el último sorbo de café expresso y voz en alto llama al mozo del restaurante La Bomboniere para que le traiga una segunda tasa con pura cafeína negra. La conversación continúa y un sonido agudo proveniente de un Nextel interrumpe la conversación. Carlos, su mejor amigo de la infancia y que también es actor, lo llamó desde Estados Unidos para hacerle recordar que pronto llegará a Lima para alojarse en la casa de Ricky por unos 15 a 20 días. La robusta y grotesca apariencia de Tosso se dispone a colgar el teléfono. Desliza su inmensa mano para coger una cajetilla de cigarros marca Kent que reposa sobre la pequeña mesa metálica ovalada y con toda la tranquilidad del mundo y en perfecto silencio, procede a encender el cigarrillo, como si fuera un ritual, y prosigue la conversación.

Tosso habla y recuerda mucho. Tal vez demasiado como para creer que es una persona poco sociable y de escasos amigos. Él se define como un huevón, un ser bonachón que no le interesa el dinero, que vive para su público y, sobre todo, para su hijo.

La metamorfosis

Cuando se apagan las luces del escenario, se crea una atmósfera donde Ricky experimenta una metamorfosis que da lugar a Ricardo Tosso. Su ex esposa y madre de su hijo reconoce que desde que lo conoció en el año 81, en el teatro El Huevo, Tosso ha tenido una doble vida que ella la denomina como una personalidad bipolar propia de un artista.

“Cuando Ricky baja del escenario se transforma en un tipo completamente reservado, tirando a aburrido. No se si la gente lo pueda imaginar como un hombre muy hogareño que le encanta cocinar. Es un niño de 47 años lleno de fantasías y sueños. En pocas palabras, es un artista, un actor. Y todo artista se caracteriza por ser inestable, porque si fuese estable no pertenecería al mundo de la actuación.”

Tosso reconoce que al ser artista implica ser también desordenado, improvisado, rebelde, vacilante, idealista y despilfarrador.

Él mismo, más que gordo, es grande, sólido. En la vida de Ricky todo es grande y exagerado. Desde sus historias excedidas en personajes hasta las 2 cajetillas de cigarros diarias que consume. Su falta de divismo lo hace más intimidante aún. Sus padres fueron actores insaciables que constantemente viajaban por el mundo como gitanos nómades para presentarse en diferentes obras teatrales. Ricky interiorizó ese estilo de vida caracterizado por no quedarse quieto en un solo sitio, por no contentarse con lo que tiene. Eso lo llevó a tener 6 parejas formales a lo largo de su vida. “Era una persona inestable. Me autoanalicé y me di cuenta que mis viejos han sido unos gitanos que se caracterizaban por viajar a muchos sitios. Llegó una época en la que me mudaba cada año, cambiaba de carro cada seis meses. Entonces todas las parejas que he tenido han sido producto de esa forma de vida que mis padres, inconscientemente, me transmitieron”.

Ricky no solo se transforma en otra persona cuando baja del escenario. Una serie de acontecimientos lo han marcado y generado que cambie de por vida “En el año 91, cuando nació mi hijo me convertí en una persona más responsable y madura porque era un irresponsable de mierda. La muerte de mi padre me hizo mucho daño, aún no me recupero y eso fue hace 17 años. En el año 98 estuve al filo de la muerte cuando me detectaron cáncer al riñón y en plena operación me dieron 2 paros respiratorios. Después de la operación mi vida cambió demasiado en el sentido que ahora me siento a pensar bien sobre las cosas que hago. Antes era un loco de mierda.”

Bettina Onetto, su amiga desde la infancia y compañera de trabajo lo conoce mejor que nadie. “la muerte de sus padres y el miedo que sintió cuando tuvo el cáncer le cambiaron la vida. Se volvió una persona calmada. Dejó las reacciones bruscas a un lado. Se convirtió en el hombre más dadivoso del mundo porque entregaba todo con tal de ayudar. Pero sigue siendo un despilfarrador. No se mide al momento de gastar. También se enamora muy fácilmente. Se puede enamorar en 5 días. Eso nada ni nadie se lo va a cambiar.”

La evolución.

El camerino, que en un primer momento fue construido para Gisela y posteriormente cedido a Ricky Tosso, está ubicado en el sótano del Estadio 4 de Barranco, al lado derecho colinda con una pequeña sala conformada por 4 muebles marrones de cuero, y a unos 30 metros de distancia, limita con el salón de maquillaje, donde los artistas se acicalan antes de subir al escenario. Al entrar, en la esquina derecha del camerino, se puede observar una gran repisa de madera empotrada en la pared que sostiene un televisor marca Samsung de 29 pulgadas. Las paredes, completamente desnudas, están pintadas con un color rojo desteñido. A 8 pasos de la entrada y en la parte derecha se halla una puerta de madera que da la bienvenida al baño de unos 6 metros de largo por 5 de ancho. En el medio del baño, y apuntado hacia un inmenso espejo cuadrado rodeado de innumerables focos, se encuentra una maciza silla metálica forrada en cuero negro que parece sacada de un consultorio ginecológico.

Luego de mostrar cada rincón de su tocador, que se asemeja más a la sala de espera de una clínica, Ricky procede a sentarse en la sólida y extraña silla metálica para continuar con la entrevista. Se acomoda la blanca y pulcra camisa que trae puesta, desliza sus dedos de manera ruda por su cabellera negra azabache y prende un cigarrillo marca Kent.

Tosso recuerda que uno de sus momentos más difíciles y al mismo tiempo más alegres de su vida artística lo vivió cuando se fue a Argentina a buscar trabajo, luego de renunciar a los Detectilocos. “Estando en Argentina, pedí prestado 10 australes a los dueños de un kiosco para poder comer. Parece que les transmití esa sensación de impotencia y desesperación porque me dieron carne, fideos y el dinero. Luego, cuando me dirigía a la embajada peruana para pedir un pasaje de retorno a Perú porque no tenía nada de plata, pasé por delante de un teatro muy famoso de Buenos Aires donde siempre quise actuar y escuché que me llamaron. Era Omar De Stefanni, un actor argentino que trabajó conmigo en Perú. Me dijo que me estaba buscando, que me necesitaba. Tomamos un café y me ofreció un trabajo. Al día siguiente tenia carro, departamento y un sueldo de 10 mil dólares.”

Tosso no solo es un actor innato. También es un minucioso director televisivo que se fija hasta en los más mínimos detalles de todas sus obras. Supervisa personalmente desde el guión hasta la escenografía de sus programas sabatinos Teatro desde el Teatro. No en vano, antes de dedicarse a la actuación, llegó hasta séptimo ciclo de arquitectura, lo cual la ha permitido decorar y ambientar cada uno de sus escenarios.

Pero no todos alaban la faceta de Tosso como director. Uno de ellos es el director teatral oriundo de Argentina, Oswaldo Cattone, quien llegó al Perú en el año 72 para trabajar como actor en la telenovela Nino y que años más tarde trabajó junto al padre de Ricky en la obra Otelo.

“No se puede dirigir mucho en televisión. La pantalla chica es un medio más rápido, donde las cosas deben resolverse con más prontitud. No existe el tiempo para el matiz. Todo se tiene que resolver en minutos. No hay demasiado tiempo para ser detallista. Sus obras en realidad están hechas de una manera más directa, como deben ser hechas en televisión. Son ese tipo de espectáculos que se hacen sin demasiado ensayo. Al mismo tiempo, el necesita rodearse de buenos actores que se aprendan el papel y que cada uno interprete lo mejor que pueda su personaje. Entonces no se puede hablar de dirección, de una precisa puesta de luces porque no hay tiempo.”

Quizás Tosso no ha nacido para ser director. Pero su último trabajo, más que la interpretación de un personaje sabatino, fue todo un reto en el que tuvo que afrontar por vez primera a la pantalla grande. Y Ricky no defraudó a la audiencia, demostró a todos tener alma de artista.

Un artículo de Fernando Vivas publicado el 19 de noviembre del 2007 en el diario El Comercio reafirma la pulcra actuación de Tosso en la película Muero por Muriel, dirigida por Augusto Cabada: ”Ricky, el ‘Oso’ Briones, es el único personaje cuyos sueños, frustraciones y cochinadas llegan con nitidez al espectador. Cabada se mete en el elástico pellejo de Tosso mucho más que en el impoluto Del Solar y le hace más caso a sus mohines que a la coquetería de Andrea. Y Ricky responde muy bien, conteniendo su histrionismo, porque sabe que precisamente un exabrupto de lucimiento actoral le arruinaría su oportunidad en la pantalla grande. Es un Jean Reno o un Julio Chávez, lacónicos actores, con uno de los cuerpos más expresivos del humor televisivo”.

Fuera de las tablas y la pantalla, Ricky realiza su catarsis a través del canto, la guitarra y la percusión. Fanático de las comedias de Jerry Lewis. Lector empedernido de libros sobre marketing y cocina. Amante de las motocicletas Harley Davidson. Seguidor de la música Trova, Jazz y Blues. Devorador y conocedor insaciable de la comida italiana al punto de inaugurar próximamente Apetitosso, un restaurante dedicado a explotar las virtudes de la gastronomía italiana. Esas son las otras pasiones de Ricky. Pasiones que lo mantienen vivo cuando no está frente a las cámaras.

Último acto.

Ricky Tosso no había elegido una profesión ni una pasión, sino un destino. Un ser talentoso que llevaba los genes de la actuación en la sangre y que se entregó por entero a esa pasión que sábado tras sábado cautiva a más de uno.

Son las 4 de la tarde y Ricky tiene que grabar Teatro desde el teatro dentro de media hora. Ha fumado más de 8 cigarrillos tras 4 horas y media de conversación. Tosso se pone de pie para dirigirse al salón de maquillaje. Media hora después se encienden las luces del escenario. Ricky se dispone a subir a las tablas para darle vida a un personaje más. La cuenta supera más de 2 mil personajes interpretados por él. Pues Ricky no ha hecho otra cosa que vivir y actuar para su público que obra tras obra les roba una carcajada y a veces, una lágrima.

Por Antonio Tello.

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